Ajmátova y las malas madres

Tomé una clase con la escritora Argentina Natalia Litvinova quien ha traducido la poesía de la poeta Rusa Anna Ajmátova. Entre las notas biográficas que compartió se encuentran la de aquel poema de principios de siglo XX donde se autonombra “mala madre”.

Me dejó pensando en lo que aquello implica. Me refiero al nombrarse con esa etiqueta que aún hoy (en pleno 2023) es tabú y reflejo de la imposibilidad de cumplir con un rol del que se espera perfección. Las madres son territorio expuesto, pareciera que cualquiera tiene el derecho de pisotear, poner cercos, hacer fogata, cruzar sus límites, en fin, juzgarlas.

Otro dato autobiográfico es que ella y su primer esposo Nikolay Gumilyov, dejaron a su único hijo en casa de la abuela paterna para viajar. En realidad, el hijo se quedó con la abuela mucho tiempo. Era ella era quien podía darle estabilidad por su posición económica en una Rusia donde la revolución y los cambios que le siguieron crearon inestabilidad y carencias.

Eso menciona Natalia, también que aquello fue la semilla de un rencor que el hijo cosecharía contra la poeta. Y yo pensé, pero el padre también se fue… claro que ni en la Rusia de aquella época, ni en el México de la mía se les mide con la misma vara a la madre que se va, que al padre que hace exactamente lo mismo.

En las mujeres de mi familia también se encuentran las tachadas de “malas madres”, no importa que ellas hayan sido las que se quedaron cuando los padres estuvieron ausentes. Tampoco pareciera importar que fueron ellas las que tuvieron la responsabilidad de hacerse cargo no de una, ni de dos, si no de más bocas que alimentar.

A una de mis bisabuelas se la acusa de “abandonar a sus hijas”, así al estilo de la Ajmátova. Sólo que ella no era poeta, venía de un pueblo donde quedó viuda con cinco hijes a los 23 y tuvo que migrar con sus hermanas que también se encargaron de alimentar a más sobrinos huérfanos, 14 en total.

La bisabuela acusada de mala madre, quien se casó y comenzó a parir siendo una niña, no se quedó de viuda guardando luto toda la vida y cuando decidió casarse de nuevo, sus hermanas no le permitieron llevarse a las niñas a vivir con un señor que, “no era su padre”.

Eso le ganó la etiqueta que llegó a mis oídos varias veces por uno que otro miembro de la familia. ¿Cómo pudo enamorarse de nuevo? ¿Cómo que tenía sentimientos, deseo y lugar en su corazón para otro amor/amante? Mala, dicen. Porque las madres no pueden ser mujeres y madres al mismo tiempo. Está prohibido, es más, es castigado (socialmente).

Este tema me recuerda un texto de la escritora y madre Andrea Fuentes quien dice:

En asunto de maternidades, la política del palo* aplica siempre (como dice mi amiga Sol):

Palo si no eres madre

Palo si no eres madre joven

Palo si eres madre muy joven

Palo si trabajas siendo madre

Palo si no trabajas siendo madre

Palo si te pintas el pelo

Palo si no te pintas el pelo

Palo si estás a dieta

Palo si estás gorda

Palo si no amamantas hasta los tres

Palo si amamantas hasta los tres

Palo, palo, palo.

(* ¿Quiénes aplican el palo? ¿Aplicamos el palo nosotras, a nosotras mismas, a otras?).

Para cerrar este texto quiero volver a la mujer que me inspiró estas reflexiones, a la poeta cuya historia no es solo tragedia, aunque mucho hay de eso. Anna Ajmátova como testigo de una realidad dolorosa que compartió con otras madres y mujeres que hacían fila ante las puertas de una cárcel donde no entrarían para visitar a sus hijos, amigos, maridos… Sí, se le recuerda como aquella que sobrevivió para contar la historia, pero aquello no fue lo único sobre lo que escribió.

Natalia comentó que la poeta también escribió sobre algo que se suele minimizar, las experiencias de las mujeres, el deseo, las relaciones amorosas… Antes de la guerra, de la hambruna, de los silencios impuestos durante la represión Estalinista, Anna escribió:

¡No hables! Estoy en llamas y tiemblo

por las discusiones apasionadas y mis temerosos ojos tiernos

no dejan de mirarte.

¡No hables! Despertaste algo extraño

en mi corazón joven.

La vida me parece un sueño

donde las flores dan besos.

¿Por qué te inclinaste tanto?

¿Qué leíste en mis ojos?

¿Por qué tiemblo? ¿Por qué ardo?

¡Andate! ¿Para qué viniste?

1904-1905

Este poema de Anna Ajmátova fue traducido por Natalia Litvinova y compartido durante la clase de la serie “Maestras” en Casa Índigo.  

Nota:El collage que encabeza el psot es de mi autoría.

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